Todas las personas que leemos habitualmente sabemos que la lectura nos trae un montón de beneficios que no podemos explicar, aunque lo vivimos en carne propia. Nos relaja, nos enseña, nos conecta con otras realidades y nos hace ver intelectualmente sexys en el transporte público.
Además, todos hemos leído noticias o artículos científicos que hablan sobre cómo la lectura nos ayuda a reducir el estrés, a mantener la plasticidad neuronal (y mejorarla), a generar experiencia para el aprendizaje significativo, a dormir mejor, y montón de cosas más.
Personalmente, la lectura me ha ayudado a resolver situaciones que me estaban ocurriendo por primera vez, pero que ya había vivido antes a través de un libro. Mi experiencia leyendo ficción es tan vívida, que una vez casi digo "te entiendo, me pasó cuando viví en España en el siglo XV" y me contuve a tiempo para que mi interlocutora no pensara que soy una de las regeneraciones de Doctor Who (que igual sí soy). Cuando viajé a Nueva York, mi mamá estaba sorprendidísima con mi repentina capacidad de orientación dentro de Manhattan, que adquirí gracias a mi adolescente afición a las novelas románticas de los años '20 situadas en la isla. Y cuando me bajó la menstruación por primera vez, no me asusté y pedí con calma una toallita femenina, porque a la protagonista de uno de los libros que había leído le había pasado y no era nada grave (por suerte, porque la educación sexual ni se mencionaba en mi escuela).
Esto es algo que siempre me llamó la atención, y cuando empecé a estudiar psicología descubrí que existe algo llamado aprendizaje significativo que es cuando aprendés cosas porque están ligadas a algún tipo de emoción, de modo que quedan arraigadas en tu repertorio de conocimientos o conductas. Por ejemplo, siempre nos quejamos porque podemos aprendernos canciones enteras en diez minutos, pero ESE concepto que tenés que estudiar no se te queda ni repitiéndolo mil veces. Y eso es porque el concepto no te interesa, o te genera ansiedad, en cambio las canciones te producen placer y felicidad, y por eso quedan vinculadas de manera más fácil a tu memoria.
La lectura, por supuesto, tiene el mismo efecto.
¿Es posible que la lectura nos ayude a mejorar nuestra empatía y habilidades sociales? A priori, para un lector asiduo, la respuesta a esta pregunta parece evidente. Pero ¿cómo podríamos comprobarlo científicamente? Me resulta fascinante el hecho de que, cuando leemos ficción, nos ponemos literalmente en los zapatos de un personaje, vivimos lo que él vive, sentimos lo que él siente e interactuamos con circunstancias y personas imaginarias. Existen estudios que dicen que el cerebro es incapaz de diferenciar una experiencia leída de una vivida realmente, y creo que la lectura de ficción necesariamente nos obliga a amoldarnos a la forma de pensar del protagonista de la historia: así es como simpatizamos con Juan Pablo en El Túnel, o con Humbert Humbert en Lolita. Las conductas de ambos personajes (el femicidio en el primero y la pederastia en el segundo) pueden resultarnos inadmisibles, pero el hecho de vivir la historia desde su punto de vista nos arrastra a, en cierta forma, comprender el lugar desde el que comete esos crímenes.
(Quiero aclarar que NO estoy justificando el femicidio ni la pederastia, sólo digo que comprender mejor a los perpetradores de estos crímenes puede ayudarnos a abordar mejor la temática y prevenir que los cometan. Como en Mindhunter, muy buena serie, véanla.)
Del mismo modo, ejercitar la capacidad de ponernos en el lugar del otro puede ayudarnos a resolver conflictos interpersonales, como por ejemplo una discusión en el trabajo, o una pelea entre niños en el ámbito escolar. Si Juan comprende que a Lucía no le gusta que toquen sin permiso ese juguete que trajo para el recreo, y siente empáticamente su angustia, entonces le resultará más fácil abstenerse de hacerlo, y quizás la próxima vez pedirá permiso. Así, la empatía sirve de apoyo al aprendizaje de habilidades sociales, y ambas pueden obtenerse a través de la lectura.
Hay muchas formas de aprender, y la ficción está llena de arquetipos de conductas que nos sirven para resolver problemas cotidianos. Si a esto le sumamos que, además, cuando leemos una historia que nos gusta nos conectamos con las emociones que sienten los personajes, obtenemos una hermosa fórmula para el aprendizaje significativo.
Es mucho lo que podríamos hablar sobre este tema, y son muy variadas las investigaciones relacionadas a los beneficios de la lectura. Pueden entrar acá para ver algunos de mis artículos favoritos.
*voz de Joey Tribbiani* How you doin'? |
Personalmente, la lectura me ha ayudado a resolver situaciones que me estaban ocurriendo por primera vez, pero que ya había vivido antes a través de un libro. Mi experiencia leyendo ficción es tan vívida, que una vez casi digo "te entiendo, me pasó cuando viví en España en el siglo XV" y me contuve a tiempo para que mi interlocutora no pensara que soy una de las regeneraciones de Doctor Who (que igual sí soy). Cuando viajé a Nueva York, mi mamá estaba sorprendidísima con mi repentina capacidad de orientación dentro de Manhattan, que adquirí gracias a mi adolescente afición a las novelas románticas de los años '20 situadas en la isla. Y cuando me bajó la menstruación por primera vez, no me asusté y pedí con calma una toallita femenina, porque a la protagonista de uno de los libros que había leído le había pasado y no era nada grave (por suerte, porque la educación sexual ni se mencionaba en mi escuela).
Esto es algo que siempre me llamó la atención, y cuando empecé a estudiar psicología descubrí que existe algo llamado aprendizaje significativo que es cuando aprendés cosas porque están ligadas a algún tipo de emoción, de modo que quedan arraigadas en tu repertorio de conocimientos o conductas. Por ejemplo, siempre nos quejamos porque podemos aprendernos canciones enteras en diez minutos, pero ESE concepto que tenés que estudiar no se te queda ni repitiéndolo mil veces. Y eso es porque el concepto no te interesa, o te genera ansiedad, en cambio las canciones te producen placer y felicidad, y por eso quedan vinculadas de manera más fácil a tu memoria.
La lectura, por supuesto, tiene el mismo efecto.
¿Es posible que la lectura nos ayude a mejorar nuestra empatía y habilidades sociales? A priori, para un lector asiduo, la respuesta a esta pregunta parece evidente. Pero ¿cómo podríamos comprobarlo científicamente? Me resulta fascinante el hecho de que, cuando leemos ficción, nos ponemos literalmente en los zapatos de un personaje, vivimos lo que él vive, sentimos lo que él siente e interactuamos con circunstancias y personas imaginarias. Existen estudios que dicen que el cerebro es incapaz de diferenciar una experiencia leída de una vivida realmente, y creo que la lectura de ficción necesariamente nos obliga a amoldarnos a la forma de pensar del protagonista de la historia: así es como simpatizamos con Juan Pablo en El Túnel, o con Humbert Humbert en Lolita. Las conductas de ambos personajes (el femicidio en el primero y la pederastia en el segundo) pueden resultarnos inadmisibles, pero el hecho de vivir la historia desde su punto de vista nos arrastra a, en cierta forma, comprender el lugar desde el que comete esos crímenes.
(Quiero aclarar que NO estoy justificando el femicidio ni la pederastia, sólo digo que comprender mejor a los perpetradores de estos crímenes puede ayudarnos a abordar mejor la temática y prevenir que los cometan. Como en Mindhunter, muy buena serie, véanla.)
Del mismo modo, ejercitar la capacidad de ponernos en el lugar del otro puede ayudarnos a resolver conflictos interpersonales, como por ejemplo una discusión en el trabajo, o una pelea entre niños en el ámbito escolar. Si Juan comprende que a Lucía no le gusta que toquen sin permiso ese juguete que trajo para el recreo, y siente empáticamente su angustia, entonces le resultará más fácil abstenerse de hacerlo, y quizás la próxima vez pedirá permiso. Así, la empatía sirve de apoyo al aprendizaje de habilidades sociales, y ambas pueden obtenerse a través de la lectura.
Hay muchas formas de aprender, y la ficción está llena de arquetipos de conductas que nos sirven para resolver problemas cotidianos. Si a esto le sumamos que, además, cuando leemos una historia que nos gusta nos conectamos con las emociones que sienten los personajes, obtenemos una hermosa fórmula para el aprendizaje significativo.
Amo las fotos googleadas de niños evidentemente fingiendo hacer algo |