Soy de ciudad chica, pero estudio en ciudad grande: cómo me adapté en mi primer año


Miedo. Emoción. Inseguridad. Entusiasmo.


Todo eso mezclado sentí cuando decidí que quería estudiar en la capital mendocina, a 300 kilómetros de donde nací y me crié. No era la distancia lo único que me atemorizaba: yo crecí en una ciudad de 200.000 habitantes, y ahora me disponía a meterme de golpe y porrazo en una aglomeración urbana de casi 940.000 (sí, lo busqué en Wikipedia), con colectivos y trenes y cacerolazos y tres canales de televisión locales. No sé por qué me impresionaba tanto lo de los canales locales, pero era parte de la grandiosidad del Gran Mendoza.

Lo más difícil es el transporte público: “Mirá, es fácil: te tomás el 122 y después caminás dos cuadras hacia la montaña, ahí está la parada del 13, pero te tenés que tomar el que va al barrio La Paquita, no vayas a agarrar el que va por Carril Los Viñedos que vas a terminar en cualquier lado”.


Primero: ¿QUÉ?

Segundo: la gente de Mendoza te habla como si vos supieras lo que es un 122 y entendieras lo que es ir “hacia la montaña”. ¿Cómo carajo voy a saber yo dónde está la montaña? Hay edificios en el medio, no las veo.

No sólo eso, vamos a lo básico: cuando te criaste en una ciudad sin micros, ni siquiera tenés idea de cómo interactuar con un chofer. ¿Cómo le pregunto si va al barrio La Paquita? ¿Me subo, espero a que arranque, y le pregunto? ¿Le grito desde afuera, mientras otras personas suben? ¿Me asomo con un pie en el escalón, impidiendo el paso de la gente, para preguntarle? Aun peor: las personas de ciudad chica (me niego a decir “de pueblo”, tiene 200.000 habitantes, for God’s sake) somos amables por naturaleza, algo que se pierde cuando te metés en una jungla urbana. Sí, tenés que empujar gente para poder pasar. Sí, tenés que gritarle la pregunta al chofer desde fuera sin siquiera saludarlo.

Just for the record: no existe un barrio La Paquita ni un Carril Los Viñedos. Era un ejemplo ilustrativo. Aunque en mi primer año sí me tomaba bastante el 122.

El transporte público, primer obstáculo a sortear. Aunque los novatos de hoy en día lo tienen mucho más fácil de lo que lo tenía yo: Google Maps te soluciona la vida. Sólo tenés que poner a dónde querés ir, y la bendita aplicación te indica qué colectivos tomarte y dónde está la parada. En mis tiempos (hace cinco miserables años, tampoco estoy tan vieja), no me animaba a tomarme un micro sola ni en pedo, a no ser que estuviera total y absolutamente segura de que ese era el que iba a llevarme donde tenía que ir, y que iba a saber dónde bajarme. Cada vez que doblaba me daba un mini ataque de pánico, como si el camino hasta mi destino fuera en línea recta, o como si un simple cambio de dirección fuera a hacer que ya no pudiera encontrar la parada donde debía bajarme.

Pero no se preocupen: esos tiempos pasaron. De a poco, la necesidad fue haciendo que me animara a tomarme más y más variados colectivos, haciendo combinaciones y (IMAGINATE LA LOCURA) ¡tomándome de vuelta uno distinto que el que me había tomado de ida! Soy casi una lugareña. Hasta pido que me pasen la RedBus (la SUBE mendocina) cuando la mía no tiene saldo, pagando mi pasaje en efectivo al solidario o solidaria que acepte mi propuesta.



Y hablando de transporte: qué difícil acomodar tu vida cuando tenés responsabilidades en una ciudad y una familia en la otra. Al principio querés volverte todos los fines de semana, lo que se vuelve agotador. Después empiezan los parciales y la vuelta pasa a ser cada 15 días. Después de 6 meses ya te hacés amigos, empiezan las salidas y las juntadas y las vueltas a casa ocurren cada vez con intervalos más largos. Pero siempre hay algo que te recuerda que tenés familia y que hay que volver: abrís la heladera y ves que sólo te queda una lechuga, o de pronto ya no tenés plata, o te das cuenta que la montaña de ropa sucia que hay en el piso de tu pieza no se va a lavar sola. O, simplemente, tu vieja te llama y te pega la puteada de tu vida, con lo que el único movimiento posible pasa a ser correr a la terminal a comprarte un pasaje para ir a verla, para que compruebe con sus propios ojos que estás viva y que no te metiste en una secta satánica cuyo propósito era abrir una puerta a la dimensión desconocida usando drogas psicodélicas.

Sea cual sea el motivo, volvés. Pasás dos o tres días con tus viejos, salís a pasear y caminás la ciudad donde creciste. ¿Cuándo fue que abrió ese negocio? Esa rotonda no estaba la última vez que pasé. ¿Cuál era la calle Bufano? ¿Y por qué ya nadie va a ese bar que me encantaba?

Es triste ver cómo tu ciudad crece mientras vos no estás, y confundirte las calles porque ya no te acordás. Pero es hermoso volver y sentir la paz, el cobijo, del lugar donde naciste. Y ahora no entendés por qué te fuiste, no entendés cómo hace un par de años puteabas a ese “pueblo de mierda” en el que ahora soñás ver crecer a tus hijos. Te prometés que vas a empezar a volver más seguido.

Pero eso no va a pasar.

No es lo mismo el otoño en Mendoza ♫

Estudiar en otro lugar es vivir en otro lugar. Después de un año, es ahí donde tenés tu casa, tus amigos y tus responsabilidades. Donde empezás a formar hábitos y costumbres: la cerveza en el kiosco cerca de la facu, la salida al cine una vez al mes, la juntada a tomar mate los domingos, la charla con el verdulero a una cuadra de tu departamento. En ese otro lugar, aprendés cosas que no podrías haber aprendido quedándote en tu ciudad: limpiás el baño, pagás impuestos, sacás manchas de fernet, hacés comidas al horno y doblás la sábana con elástico. Bueno, quizás eso último no. Pero casi.

Entonces empieza la dualidad: ¿dónde está mi hogar? ¿Dónde quiero vivir? ¿Dónde quiero trabajar?

Y no es más que el comienzo: todavía quedan mil decisiones que tomar.

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3 comentarios

  1. Hola Sofi... No me imagino cómo seria vivir en otra ciudad. Yo soy de Bs As así que te entiendo lo que es vivir en una ciudad grande, lo apurada que va la gente. Y lo del colectivo, odio viajar en colectivo. No sé andar en ellos jajaja Pero a falta de subte estos dos ultimos meses, aprendí a viajar en al menos 2 lineas de colectivo, todo un logro para mi..
    De chica iba mucho a mendoza porque ahí vivía la familia de mi papá, ahora hace mucho que no voy, pero me gustaría volver a hacer turismo, no visitar familiares :P
    Pero me alegro por vos, debió ser toda una aventura y supongo que has aprendido un montón, y eso es lo mejor..
    Besos!!

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  2. Mencantó! 😍
    Siempre es lindo leerte, pero más cuando escribís sobre cosas que entiendo. Jajaja.
    Es reconfortante saber que este momento de cuestionarse la vida frente a la necesidad de tomar decisiones que van a ser la base de tu futuro no me pasa solo a mi. Quiero decir, "se" que no me pasa solo a mi, pero no es lo mismo que ver que también le pasa a alguien más.
    Y creo que la única que nos queda es irlo decidiendo a medida que lo vamos viviendo. (Es una obviedad, pero lo digo como persona que pasó todo febrero tratando de ordenar los siguientes 5 años de su vida y no lo logró 😅).
    En fin, espero continuar viendote seguido, independientemente de donde elijas continuar tu vida. Te quiero Cofi 😊

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  3. Adoro. Juro que adoro esta entrada con toooooda mi alma. Deberías escribir mas de estas porque las aamo.
    Yo soy de el Gran Mendoza (vivo en Guaymallen) por lo que estoy acostumbradisima a "el Centro" como llamamos a Mendoza Capital.
    Andar un sabado por la tarde en plena calle San Martin comprando cosas a último momento es un infierno para mi😂�...
    Jamas he vivido en una ciudad chica como la tuya y juro que muchas veces me dan unas ganas impresionantes de irme a vivir a un lugar asi (después me acuerdo del Starbuck de la calle San Martin y del parque y se me pasa)

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